El finde que más necesitaba de este año

Mi pequeña València andaluza

Este año ha sido -a pesar de todo lo que está pasando con el Covid-, con diferencia, a nivel personal, uno de los peores de mi vida. Y a nivel de salud mental también.

Como de costumbre, sigo viviendo a base de trabajos temporales. Esto es algo que para mí, mentalmente, me termina desgastando. Más de lo que estoy. Que a ver, he hecho de todo y es lo guay de esto. Pero cuando ya tocan cosas como la economía o la salud mental... uh, gástate cuidao.

No me ha faltado trabajo, eso sí. Pero estos últimos curros han sido curros en los que no me he sentido cómodo en absoluto. Uno, porque me exponía todos los días a un público con mentalidades diferentes -y algunos con problemas mentales-. Otro, porque te dan por culo -por desgracia esto no me satisface- con gilipolleces.

Y llego a un punto en que no puedo más. Tanto en junio como la semana pasada decidí irme unos días a Málaga. No puedo más con Madrid. Mira que Madrid es mi hogar, la ciudad donde nací, donde me hubiera gustado crecer, donde paso literalmente los días mientras vivía en un pueblo... pero necesitaba cambiar de aires. Ese caos, ese frenetismo, el barullo y la excentricidad que la ciudad -y sobre todo el centro- gasta, no me satisface como cuando tenía 16 años. Cuando comencé a tener amigos a distancia, empecé a ver las cosas de otra manera.

Málaga, la que considero mi València andaluza. La primera y única ciudad -y capital- andaluza que he pisado en mi vida. Sólo me bastó ir una vez para decir ESTA CIUDAD ES PRECIOSA. Es que me recuerda a València. Es que es igualita. Chiquitita -en comparación a mi ciudad-, con espacio, sin tantísimo barullo. Con calles que es que te puedes tirar literalmente todo el día mirándolas porque nada que ver con el caos madrileño.

Necesitaba un fin de semana allí. Y necesitaré más. Este año ya la he pisado dos veces. Más que València, lo cual es raro ya que voy varias veces al año. Pero el conocer al chico que consideras el amor de tu vida, las otras cosas pasan a un segundo plano -sin olvidarte del resto, claro está-. Pero que de verdad necesitaba esta escapada como el oxígeno para respirar.

El fin de semana fue maravilloso. No podía haberme sentido a gusto. Ojalá más tiempo.

Lo bueno de esto es que, aunque fuesen poquitos días, los he aprovechado y disfrutado tantísimo que he sentido que en vez de 3 días, he estado 2 semanas. Ya echo de menos callejear por la ciudad, descubrir cosas nuevas, ir de la mano de mi niño por la calle, besarlo, abrazarlo, escuchar todos sus conocimientos sobre la ciudad, los monumentos, su parte astrológica y mística.

Y es curioso porque me está pasando como con València. La ciudad me deja tan obnubilada que una de las primeras cosas que se me pasan por la cabeza es -literalmente- TENGO QUE BUSCAR TRABAJO Y QUEDARME AQUÍ A VIVIR.

La mítica Calle Larios, el Muelle Uno, la playa de la Malagueta o la playa de Huelin, el barrio del Soho, la zona de las estaciones y el Centro Comercial Larios -al menos la gente con la que me junto lo llaman “el eroski”–...

Y si hay algo que me gusta muchísimo es lo que yo llamo disfrutar del momento a lo pobre. Que consiste en irse a un lugar tranquilo, pillarse algo de comer -sea pizza, o algo del Mercadona, Carrefour, Dia...–, comer allí y tumbarse mientras percibes el paso del tiempo. Y ya si estás con la persona que amas, la sensación es mejor.

Pero bueno. Diría más, pero mi mente está como al 35-40% de su capacidad de rendimiento por mis mierdas y por la rutina. Pero ya pondré más cositas por aquí <3