A veces mi mamá se da cuenta.

¿Has pasado tú también por algo así? Por esos días en que todo va tan mal, pero sabes cómo “vestirte de felicidad” para no generar comentarios, preguntas o evadir temas que no quieres tocar, porque a ti te tocan más profundo. Yo también he sabido evadir, pero a veces quema tanto, que hasta mi mamá lo nota. Pero no ma´, no tengo nada, es que estoy cansado, tuve una mala noche; un sinfín de excusas. Pero ella sabe, ella lo sabe.

Es muy difícil ya no tener a quien; quien te escuche, entienda, anime, acompañe, quiera, te necesite, te busque, te admire, te ayude, te piense, te extrañe, te remueva, te desestabilice, te repare, te complemente, te corrija, es muy difícil. Pero absolutamente todo, es aprendizaje, sigo allí, aplicando mi teoría para no desvanecerme en la soledad, estando rodeado de tantos miles; los demás, que además, para mí, sin ti, están de más.

¿Qué hago? ¿Me acostumbro? Dejen de decir estupideces, por favor. No más, porque tragarse el dolor, es el acto más absolutamente imbécil, que he visto en la vida. Lo sé, porque por supuesto, he sido un imbécil muchas veces antes. A la nada, tirando las penas, como Soge, más lleno de nada, que como diría Beret en la misma melodía: “Puedo romperme por la mitad, que con el vacío que tengo, te diría que sigo entero”. Y sí, mi felicidad es sólo un contrato de “Casi poder tenerte” y la letra pequeña, un pero. Me siento sólo, por enésima vez, sabiendo donde está mi compañía, pero también lejos de mi valentía. Donde ya no quiero ser dolor, quiero ser tranquilidad, sólo si me dejasen serlo. Pero la calma de unos, termina siendo la tormenta de otros; todo lo que acarrea, una mala decisión. Lo siento mamá, tu hijo, está lleno de inmadurez emocional, sabe a quién quiere. Pero no es valiente.

Porque sé que te duele, porque también es tu dolor.

Lo siento, mamá.